¿Qué está pasando con Assassin’s Creed?

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ALERTA DE SPOILERS. Si no estás al tanto de la historia de los ACs, no te recomendamos continuar leyendo.

Hace unos días ha sido revelado el título y ubicación del nuevo Assassin’s Creed. Con el nombre de Valhalla, nos transportará al mundo vikingo de hace varios siglos, como algunos rumores habían señalado hace unos pocos meses. Suena muy interesante este nuevo concepto, sí, pero desde hace ya algunos años las más recientes entregas han estado perdiendo la esencia con la que comenzó desde el primer juego.

Aquí analizaremos un poco acerca de cómo los juegos de esta franquicia de Ubisoft han ido yendo hacia nuevos horizontes, buscando hacer juegos cada vez más ambiciosos, pero que con cada entrega se va perdiendo esa sensación de estar jugando un Assassin’s Creed.

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Siguiendo las historias de Altair y de Ezio, estos juegos nos hicieron visitar muchas ciudades: Damasco, Jerusalén, Florencia, Venecia, Roma, Constantinopla, siendo esas las más importantes. Independientemente del arco argumental, el estilo del juego era claro: buscar la forma más sigilosa de acabar con tus enemigos. Si te descubrían, había que pelear. Pero había incluso misiones que se reiniciaba al último punto de control en caso de ser descubierto.

Las ciudades tenían un aura casi mágico. Te invitaban a investigarlas, a encontrar lugares secretos, encontrar objetos esparcidos por todos lados, juntar páginas del códice, etc. Había muchos detalles en ellas, y en caso de que quisieras, podías transportarte a otra ciudad y hacer lo mismo allá.

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En cuanto al combate, si lograbas acercarte sigilosamente a un enemigo, podías asesinarlo con tu hoja oculta, independientemente del rango ni clase que fuera dicho enemigo. Aunque sí era poco realista que los enemigos te fueran atacando uno a uno, y que solo bastara con contraatacar para matarlo.

Y hablando acerca de la historia, todo estaba bien establecido: tienes que detener a los Templarios mientras al mismo tiempo buscas salvar al mundo de una destrucción total. Buscas los fragmentos del Edén y, de formas inesperadas, te comunicas con antiguas deidades que buscan ayudarte a detener al cataclismo venidero, mientras descubres los misterios de la Hermandad y de los Templarios. Es una trama que te mantiene siempre al borde del asiento, y con el afán de saber más, investigas cada rincón explorable del mundo.

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No me meteré mucho en este tema. Aunque la jugabilidad, el sigilo, los asesinatos y la atmósfera son prácticamente los mismos que los juegos anteriores, se sienten diferentes. ¿Por qué? La historia.

A pesar de que Black Flag es, sin duda alguna, el Assassin’s Creed con mejor jugabilidad de toda la saga, con sus batallas navales, misiones de sigilo en tierra y en mar, y lo dinámico del mundo, su historia se siente un tanto vacía. Este se debe a que, en sí, a partir del juego anterior, Assassin’s Creed 3, la historia ya no tenía sentido.

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El objetivo era salvar al mundo, mientras peleabas contra los Templarios que buscaban un control de la población. Pero al final de AC3, logras salvar al mundo. Sí, queda un cliffhanger con algunos personajes, pero el objetivo último de los juegos había sido solucionado y el mundo estaba a salvo. Los Templarios seguían afuera, haciendo su relajo, pero el objetivo principal estaba terminado… pero siguieron sacando juegos.

Además, cada vez sacaban elementos precursores más y más extraños. ¿El sudario del Edén? ¿La espada del Edén? ¿El observatorio? La manzana y el cetro eran más que suficientes, y tenían esa aura mágica de la que ya había hablado. Estos nuevos elementos se sentían falsos, como si la historia ya fuera aún más fantástica que lo que ya era, y le quitaban poco a poco el realismo que había tenido desde las primeras entregas.

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No me malinterpreten. Las historias y las formas en la que se relacionan con el universo de AC están muy bien escritas. ¿Unas instalaciones Isu debajo de las pirámides de Egipto? ¿La Atlántida escondida bajo las aguas del Mar Egeo? Agregan mucho lore a la historia, y al igual que los juegos anteriores, buscan “explicar” eventos del mundo real dentro del juego.

El mundo abierto fue una característica nueva de estos juegos, y fue increíble. Lo malo fue que, por alguna razón, las ciudades perdieron ese toque mágico que tenían. Ya no motivan al jugador a querer seguir investigándolas. Se sienten vacías, como si solo estuvieran ahí para llenar una parte del mapa. Y los edificios se sienten muy sencillos, muy planos. En los juegos anteriores, querías escalar en todos los edificios posibles y ver la ciudad desde lo alto. En estas nuevas entregas, los edificios generalmente son muy pequeños. Si quieres escalar algo muy alto, busca alguna torre (hay pocas) o una montaña. Algunos palacios y fortalezas sobresalen en cuanto a diseño y estructura, pero son pocos.

El combate mejoró, eso sí. Los enemigos ya no te atacan de uno a uno, el contraataque fue radicalmente nerfeado y ahora sí puedes notar mejor que nunca la diferencia entre las clases de enemigos a los que te enfrentas.

Pero algo que hace notar mucho su cambio fue lo inútil que hicieron ahora a los asesinatos gracias a la implementación de niveles. Ya sea la hoja oculta o la lanza de Leónidas, si te topas con enemigos que sean de un nivel un poco mayor que el tuyo, o incluso de tu mismo nivel (qué tontería), no puedes asesinarlos de un golpe a menos que gastes puntos de adrenalina (si es que tienes). Este pequeño detalle puede mandar a la basura la misión si lo que buscabas es sigilo. Hasta pareciera, por otras cosas del juego, que Ubisoft busca eliminar el sigilo. Sí, puedes esconderte y llegar desde las alturas, pero los asesinatos ya no sirven mucho para el sigilo.

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Y lo más extraño de todo: si Assassin’s Creed era reconocido por algo, era por su realismo. A pesar de tener una trama y un contexto un poco de ciencia ficción, su jugabilidad y mundos se caracterizaban por ser realistas. Ahora, puedes desbloquear habilidades que hacen de tu personaje literalmente una deidad prácticamente indestructible. Lanzar un poder que barre a todos los enemigos enfrente de ti, guiar una flecha con tu mente, caer desde muchos cientos de metros de altura y no sufrir daño, asesinar enemigos y que sus cuerpos se hagan invisibles, detener el mundo mientras te mueves a una supervelocidad…

En general, estos juegos podrían ser muy buenos si fueran independientes o si armaran todo un nuevo universo ellos mismos. Proporcionan horas y horas de diversión y entretenimiento, y te permiten viajar libremente por mapas muy grandes, buscando sus misterios y aprendiendo de historia. Pero por todo ello y otras cosas que se entenderían mejor al jugarse, no funcionan tanto como un Assassin’s Creed. No dan las sensaciones de estar jugando esa saga de juegos, que las primeras entregas nos hacían sentir.

Y ahora, en el horizonte, está Assassin’s Creed Valhalla. Esperemos que los desarrolladores de ese juego se hayan dado cuenta de eso, y si nos entregan un juego parecido a los últimos dos, pero que logren generar esa atmósfera característica de los primeros juegos, desde aquí les daremos un fuerte aplauso, porque significa que sí le ponen atención a sus fans.

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