Después de que el mundo quedara sorprendido por la hazaña soviética de colocar un objeto en órbita en octubre de 1957 (razón por la cual nació la NASA y comenzó la carrera espacial), los altos mandos de la URSS querían seguir mostrándole el poder de la Unión Soviética.
El 3 de noviembre del mismo año, casi un mes después del lanzamiento del primer satélite artificial en órbita, el Sputnik I, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas lanzó el Sputnik II, que además de traer diversos equipos científicos, también traía a una pasajera muy especial: Laika, una perrita sin una raza en específico.
Por desgracia, este lanzamiento no tenía un final feliz: desde el principio, se descartó por completo la posibilidad de rescatar a Laika, por lo que la cápsula no fue diseñada para aguantar el reingreso. La razón del lanzamiento era probar si los seres vivos podían sobrevivir al lanzamiento de un cohete y llegar a órbita ilesos.
La lomita murió unas horas después del lanzamiento por el sobrecalentamiento de la cápsula.
Pero no se pongan tristes. A pesar de ser lamentable, Laika se sacrificó para poder hacer posibles los viajes espaciales tripulados en los años siguientes. De no haber sido por ella, se pudo haber demorado un poco más la carrera espacial, y las motivaciones de ambas superpotencias quizá no hayan culminado en la llegada del hombre a la Luna. Así de importante fue la huellita que Laika dejó en la historia.
El 11 de abril de 2018, el gobierno ruso reveló un monumento a Laika en Moscú, en la instalación militar de investigación en donde la perrita fue preparada para su viaje. Además, también aparece en el Monumento a los Conquistadores del Espacio, en la misma ciudad.
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