Yakusoku no Neverland

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[vc_row][vc_column][review_summary rating_label=”Calificación” positive_heading=”Lo bueno” positives=”Historia atrapante
Buen desarrollo de personajes
Manejo de simbolismos
Música ad hoc
Protagonista femenina en shonen que no es forzada” negative_heading=”Lo malo” negatives=”No se salva de los clichés
Animación floja en ocasiones”][rating title=”Animación” value=”7″]
[rating title=”Música” value=”8″]
[rating title=”Historia” value=”10″]
[rating title=”Duración” value=”7″][/review_summary][vc_column_text]

– Año: 2019
– Director: Mamoru Kanbe
– Estudio: CloverWorks
– Género: Shonen
– Basado en: El manga homónimo de Kaiu Shirai y Posuka Demizu
– Episodios: 12

No soy una persona de animes, la verdad.

No soy fan de los clichés que abundan en la animación japonesa. Por ejemplo, en los shonen, es típico el chico rudo pero de buen corazón cuya meta es ser “alguien” (llámese Hokage, Rey de los Piratas, Super Saiyan, etc.) y que parece estar frente a un desfile de enemigos cada vez más poderosos que el anterior que lo hacen alcanzar nuevos límites. Como historia de superación está bien, pero no da nada más. El cliché de la chica tsundere, el interés amoroso que es una chica tímida de voz dulce, la niña escandalosa, el típico capítulo fan service en las aguas termales o en la playa. Qué hueva.

Por eso, cuando me topé con Yakusoku no Neverland, mi mente estaba predispuesta a enumerar la lista de clichés y todo lo que no me pudo gustar del anime. Pero acabé como fan de la historia, para mi sorpresa.

La premisa de la trama arranca de manera simple: Un orfanato donde todos los niños viven en un ambiente colmado de felicidad ante la amorosa mirada de su “mamá”, pero que esconde un secreto bastante oscuro y un destino trágico a todos los niños que son seleccionados con la fachada de ser “adoptados”. Tres niños con una inteligencia y capacidad deductiva que haría ver a Sherlock Holmes como un bebé de pecho descubren el secreto y se preparan para una carrera contra reloj para escapar de su feliz prisión/granja y salvar sus vidas y la de sus hermanos putativos.

Lo que le da personalidad a esta producción son sus fortalezas. Para empezar, buena parte del anime son los niños jugando una especie de ajedrez hipotético con su cuidadora. Las estrategias, los cambios de planes y las intrigas por parte de ambos bandos son exquisitas de apreciar.

En segundo lugar, los simbolismos. De cuando en cuando te topas con una escena, o una secuencia completa con una narrativa visual bastante poderosa (Krone enfrentándose inutilmente a su monstruoso verdugo mientras el resto de los párvulos agradecen la comida es algo que dan ganas de ver más de una vez, pese a lo trágico de la escena, por mencionar un ejemplo rápido). Incluso la serie se atreve a experimentar con tomas diacrónicas con los diálogos, que, a pesar de ello, no rompen el ritmo de la animación para nada. Al contrario, realzan la tensión.

No usa escenas crueles por el simple hecho de usarlas, y eso también se respeta. El shock gratuito está sobrevalorado. Todo tiene una razón de ser en este anime. Cada fotograma. Cada cambio de ritmo.

Desde el primer episodio esta serie te enseña a no encariñarte demasiado con los niños.

El comentario existencialista también está presente. ¿Qué es la libertad? ¿Qué conlleva? ¿Es preferible la felicidad ignorante o la angustia de saber “demasiado”? son algunas de las preguntas con las que te deja el anime.

La música también destaca por sus melodías suaves y orquestales, aunque sin demasiados arreglos.

Con respecto al diseño de personajes, volveré al tema de lo que no me gusta del anime. Quizá por mi experiencia previa en los 2000s y 90s, siempre tuve la impresión de que no había esfuerzo en crear personajes de anime porque todos terminaban teniendo la misma estructura facial, solo cambia el color de ojos y la forma del cabello. Vaya, por lo mismo, siempre consideré que los peinados y colores tan extravagantes del anime eran para distraer el hecho de que la cara era prácticamente idéntica. Al menos en el caso de Yakusoku no es así. La nariz, el mentón, la forma de los ojos y hasta el largo de la boca varía de personaje a personaje. Ese cuidado al detalle es excelente.

La trama, como ya lo dije, parte de algo simple pero pronto alcanza complejidades que permiten que los giros de trama impacten más. Al acabar el capítulo 12, y sabiendo que una segunda temporada está prevista a estrenarse en 2020, uno tiene tantas dudas que solo puede significar que se queda bien clavado.

Me encanta también como se arriesga en algunas cosas. El protagonista que más destaca del trío principal es Emma, una niña de 11 años impetuosa, sentimental, pero sumamente inteligente. No todos los días ves algo así en el shonen. La premisa, igual. Los protagonistas no quieren ser el mejor o ser poseedores de un tesoro o poder legendario. Quieren algo más fundamental y valioso: la libertad.

Emma. Energía y corazón puros.

En el aspecto negativo, sí, no se salva de tener clichés. Quizá el más chocante para mí fue el típico flashback en el momento sentimental. Los personajes más jóvenes en tomas semi borrosas que comparten un momento tierno. Otro fue la animación. En algunas escenas es bastante, bastante buena y en otras es algo floja. No es consistentemente buena ni consistentemente mala. Realmente, si esas fueron las fallas que encontré, no hay casi nada de malo a comparación de sus aciertos.

Se trata de un anime que recomiendo ampliamente para los que disfrutan de una buena historia, casi sin relleno y con unos personajes sumamente interesantes.

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